Siempre he sido una persona pacífica, esa clase de hermano mayor bonachón que gusta de poner a todos de acuerdo en la medida de lo posible. Tal vez por ello haya elegido la carrera de psicología, entre otros factores. No estoy seguro. El caso es que yo, normalmente, soy así. Existe una etiqueta para definir esta clase de conducta, y es "diplomático". Bien por mi peso, bien por alguna extraña aversión a los conflictos, mi rol en grupos de amistades y contiendas familiares siempre ha sido el de moderador y pacificador.
Esto a veces puede ser un verdadero lastre.
Los diplomáticos somos por naturaleza ligeramente masoquistas, pues aguantamos de forma estoica insultos cruzados, batallas verbales, agresiones físicas y demás disfunciones comunicativas de los seres humanos. Movidos por la estética zen, procuramos mantener bello el jardín de las relaciones humanas. Pero los riesgos que una persona diplomática puede afrontar son muchos, y muy peligrosos. No digo que lleguen a ser mortales, pero sin duda llegan a fastidiarle a uno el día.
Para empezar, se nos puede tachar de relativistas. De pasotas. De personas que no toman partido ni posición. Y eso puede que sea cierto a veces, al menos de forma explícita. Mas, por otro lado, tenemos una secreta vida mental, rica en opiniones y gustos personales. El quid estriba en no ofender a nadie, en limar asperezas, en suavizar diferencias, armonizar el ambiente social. Parece que no hay nada reprochable en semejante actividad, pero la gente se empeña en considerar a la persona diplomática como un obstáculo.
Cualquiera que intente separar a dos personas que están peleando, se ganará insultos y golpes. Y es difícil que gane atención. La persona diplomática parte de algunos preceptos, casi leyes de la robótica, que rigen su conducta en casos de emergencia. Una lista podría ser la siguiente:
• Todos tienen una parte de razón
• Nada impide que las cosas se hablen con tranquilidad
• La razón debe surfear por encima de los sentimientos
• Hay que mantener el equilibrio en todo momento
Resulta así que la persona diplomática escuchará en todo momento con suma atención los argumentos de ambos bandos, o dará esa impresión. A partir de la información disponible, irá defendiendo, por turnos, al bando atacado. La persona diplomática no hace más que redistribuir la información que posee para que los engranajes puedan funcionar sin problemas. Debe convertirse en la razón de los contrincantes, que durante las agresiones se ha convertido en una minúscula nuez. Nadie sabe por qué las personas diplomáticas hacemos lo que hacemos, encima gratis.
Nadie que haya probado alguna vez a ejercer la diplomacia puede comprender, yo creo, lo que la mediación significa. Dejarse estirar por ambas manos, como una cuerda. Ser el poste alrededor del cual dos toros se persiguen. Una pared a través de la cual los ejercitos disparan sus cañones. Una especie de esponja, un intruso en una díada de contrincantes que conforma una nueva relación triádica de diálogo. Jode mucho ser un filtro, pero también aporta satisfacciones, os lo puedo asegurar.
El caso es que seguiré siendo yo mismo, aún a costa de recibir insultos y malas miradas. Porque, afortunadamente, nadie se atreve a tocarme. Es lo bueno de pesar más de cien kilos.
[Escuchando "Let it be" - Beatles]
# - Escrito por Fabrizio el 2003-09-03 a las 01:06
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