En un libro de farmacología de la conducta que examiné esta mañana, leí una frase que me causó asombro y desconcierto: "La introducción en terapéutica de la clorpromazina en el año 1952 inauguró una nueva era en el manejo del paciente psicótico".
Bueno.
Entiendo perfectamente que "manejo" sea un sinónimo lejano de tratamiento. Pero esta palabra no deja de causarme una sensación desagradable: la leo y releo, y sólo puedo ver en ella - merced a mi fantasía perversa - una moral extraña. El modelo psiquiátrico/biológico de psicopatología parece asumir que el paciente, en calidad de enfermo clásico, tiene un rol pasivo en la terapia, y que sólo puede ser "manejado", o manipulado desde el exterior: recibir un tratamiento, una píldora, electrochoque, camisa de fuerza...
Ahora bien, sé que existen muchos tipos de psiquiatra, y que algunos reciben una formación mejor, y otros peor. Los hay que se forman al lado de psicólogos clínicos, aprendiendo técnicas de terapia cognitiva/conductual, o estudiando con atención la neurofarmacología (sus pros y contras); y los hay que se limitan a leer el vademécum de psicofármacos (un invento excelente, pero que dista de ser la panacea) y putear a los pacientes como si fueran presos (sí, ese tipo de psiquiatra existe). Hay lugares en los que todavía se emplea el electrochoque, una "terapia" que "resulta eficaz en casos de depresión" pero que - oh, lástima - "produce amnesia retrógrada temporal". Siempre en el contexto tan agradable de la antigua psiquiatría, encontramos otros tratamientos "útiles", como la lobotomía, la separación de hemisferios cerebrales, y otras cosuchas sin importancia que en algunos lugares se han prohibido, pero que se han llevado a cabo durante decenios en otros.
El problema, tal y como yo lo veo, no consiste en el uso de tratamientos químico-físicos, sino en el contexto terapéutico en el que tales tratamientos son suministrados. Para entendernos, tengo a menudo la impresión de que el psicofármaco se utiliza de forma excesiva y única, sin una psicoterapia convencional que transcurra en paralelo. La mayoría de psicofármacos funcionan en base a mecanismos bastante burdos y sencillos, actuando sui generis en el sistema nervioso. Usando una metáfora sangrienta, los psicofármacos son el equivalente neuroquímico del castigo físico: uno deja de tener síntomas positivos, sí; pero también deja de hacer otras cosas. Y esto no es nada ameno si no se acompaña de una explicación, de un diálogo terapéutico, de comprensión.
Algunos psiquiatras - que son los que pueden recetar fármacos y aplicar tratamientos como el electrochoque - no parecen dedicar mucha atención al problema antes mencionado. Es, como no, comprensible que el sistema de salud pública disponga de recursos limitados, que el tiempo que haya que dedicar a todos sea escaso, que los efectivos siempre sean insuficientes, etcétera, etcétera: eso no significa que un psiquiatra tenga el derecho de juzgar la salud mental de una persona sobre la base de unos pocos datos fragmentarios, llenarla de fármacos y no plantearse jamás el error diagnóstico. No olvidemos el efecto Martha Mitchell. Ni tampoco los casos en que la mera divergencia ideológica ha sido una excusa para el etiquetado patológico (cosa que hizo hasta Benjamin Rush*, el "founding father" de la psiquiatría americana).
Detesto ponerme serio, ya lo sabe quien me lee. Pero algunos relatos que he escuchado recientemente me han puesto los pelos de punta, y por eso he volcado aquí estas consideraciones. Si llego algún día a ejercer la profesión de psicoterapeuta, no olvidaré que además de problemas, existen personas con problemas. Y que para comprender la situación de una persona con un problema de índole psicológica, hace falta también comprender a la persona, o intentarlo. Y en mi ingenua juventud, me doy cuenta de que lo que digo es anti-económico, y duro, pues es muchísimo más sencillo darle a un paciente una pastilla de fluoxetina que ponerse a hablar con él o ella. Eso, desde luego, no resuelve la cuestión, y quien ha tomado psicofármacos podrá confirmarlo. La psicopatología tal vez sea como un virus, en el que sólo cabe un alivio sintomático, esperando que la enfermedad remita: en ese caso, estar cerca de la persona afectada es muy importante.
Somos seres sociales, y la terapia pasa también por la comunicación: tengámoslo en cuenta.
* Era el Dr. Rush un tipo muy interesante. "Descubrió" una enfermedad mental que consistía en un "desequilibrio en el principio de fe o en la facultad de creer". Alabó los métodos autoritarios, la privación de libertad en los pacientes y los castigos físicos, entre otras cosas.