Este post es la consecuencia directa de la lectura de una biografía de Albert Einstein escrita por Roger Highfield y Paul Carter, llamada "The Private Lives of Albert Einstein", un libro bien escrito, alejado de sensacionalismos, y bastante impactante. Uno se imagina al tío Albert como un simpático vejete semi-divino, un concentrado de virtudes humanas, un verdadero sabio humanista que debería ser ejemplo entero para la humanidad. En vez de eso, se entera de que Albert fue, ante todo, un ser humano. Fíjate tú. Un ser en carne y hueso, con aptitudes magníficas para el pensamiento abstracto, y un cúmulo tremendo de errores en su vida privada y personal.
Más allá del legado de Einstein en el campo de la física, de enorme trascendencia, tenemos la persona. Y algunos preguntarán: ¿qué importancia puede tener su vida privada, cuando tenemos su obra? La respuesta hay que buscarla en la historia de la ciencia. La historia de la ciencia es una disciplina que se ocupa de reconstruir los acontecimientos que llevaron al desarrollo de la ciencia, de sus teorías, de sus descubrimientos, etcétera. Como en toda disciplina histórica (y en eso, espero contar con el valioso consejo de J.L. Calvo), hace falta partir de documentos, y también de la vida de las personas que hicieron ciencia, o participaron en ella. La historia de cualquier cosa, en este sentido, difícilmente puede prescindir de la vida de los seres humanos, y menos aún la de la ciencia, que es, fundamentalmente, una actividad social*.
Leer sobre la vida de las grandes mentes científicas del pasado constituye un ejemplo de primer orden sobre cómo hacer ciencia, y los apasionantes relatos de descubrimientos y formulaciones teóricas forman una brillante constelación de logros que enciende la fantasía de muchas personas, y las impulsa a seguir por la dura senda de la investigación científica, ignorando a veces que no todo son rosas, o que la ciencia, entendida como actividad humana, no está exenta de conflictos, conspiraciones, grupos de presión, politiqueos, luchas sangrientas por el poder, y demás vicios típicamente bípedos. Cualquiera puede comprobar directamente esta realidad entrando en un departamento universitario y llevando a cabo un estudio de campo o un sociograma (sin que sangre y saliva le salpiquen la camisa, por supuesto).
Volviendo a las biografías, que son una fracción de ese tapiz histórico del que hablamos, hace falta tener en cuenta algo muy importante: la tendencia a producir hagiografías en lugar de biografías, esto es, a "santificar" o presentar bajo una luz demasiado benévola e idealizada la vida de una persona. Esto ha ocurrido con muchos personajes ilustres, y los científicos no se han librado de esta plaga. Por un lado, la distorsión de los hechos o de su interpretación convierte algunas figuras en deidades míticas, atrayendo un vasto público en el cauce de la ciencia. Por otro lado, el peso de estas figuras se convierte en un lastre insostenible a la hora de plantear enfoques alternativos o cuestionar un punto de vista diferente al "divino". La "irreverencia" que se requiere para un cambio de paradigma científico, tal y como lo especifican las modernas teorías de filosofía de la ciencia, no se casa bien con la veneración de los santos.
En este sentido, bienvenidas sean las biografías completas y verídicas, incluso desagradables. Quizá no sean tan fabulosas de leer como las hagiografías, concedido; y tal vez, tampoco entusiasmen de la misma forma a un joven científico. A pesar de ello, son reales, y no conducen a posteriores desengaños religiosos. Es comprensible nuestra tendencia a ocultar la realidad mientras nos sea posible, puesto que el choque con ella es doloroso y aparentemente poco fructífero. Mas vivir de fantasías es contraproducente. Descubrir que Newton era un hijo de mala madre, Feynman travieso y despreocupado, Freud cocainómano, Crick un holgazán o Einstein un personaje inseguro e infantil no quita valor a sus descubrimientos, porque estos pertenecen al dominio del saber, y se rigen por reglas diferentes de las que se encargan del "funcionamiento" de los asuntos humanos. Podemos estar tranquilos: el conocimiento tiene sangre fría en sus venas. Los hombres, no.
Conocer estos datos, y "humanizar" a través de ellos la imagen que teníamos de algunos científicos, en mi opinión, dota de mayor accesibilidad y realismo el sueño científico. Con la ingenuidad no se llega a ninguna parte, y con la adoración de vacas sagradas, tampoco.
* Por actividad social, entienda el lector "actividad interactiva entre seres humanos", y no una orgía en el laboratorio (que también podría ser)